«Toros desde el sofá»: Enrique Ponce, Curro Díaz y Sebastián Castella en Granada

Tras irrumpir el gallardo pasodoble «Granada», se forja el paseíllo con suma responsabilidad, pero también con una pizca de ilusión, que florece al acoger uno de los festejos más atractivos del taurino mes de septiembre. Desfila más adelantado Sebastián Castella. Al término del caminar hacia la presidencia para cambiar la seda por el percal, se guarda un minuto de silencio en memoria de las víctimas mortales de la pandemia, y posiblemente dedicado también al maestro Paquirri, que hoy se cumplen 36 años de su fatídica muerte. Más tarde, se escucha y se ovaciona el Himno Nacional. Momento mágico que eriza el vello de todo español orgulloso de su bandera y su Fiesta.
 
Enrique Ponce: blanco y azabache, con el chalequillo bordado en oro y adornos en plata en las hombreras.
 
Curro Díaz: turquesa y oro
Sebastián Castella: azul pastel y oro
 

Responde a Sambuca el primer toro de la tarde, negro, alto, rematado, enmorrillado, cornialto, albísimo de palas y estrecho de puntas. Saca el cuello con humillación y recorrido por el pitón derecho en el templado ramillete de verónicas de Enrique Ponce. Puyazo medido es el que recibe el astado, empleándose en el peto con la cara abajo. Quita el director de lidia por delantales, considerando oportuno el cambio de tercio. El juampedro carece de fuerzas en el tercio de garapullos, cayendo en el segundo par, dando lugar a una leve protesta en el tendido.

La papeleta que ha de resolver el chivano es sumamente complicada: su adversario pierde las manos en varias ocasiones, y a su vez la continuidad y humillación que le habían hecho brillar en el percal. Le otorga tiempo entre cada derechazo, lo que produce una descosida serie sin lucimiento. Suena la banda de música entre pitos del respetable, solicitando su cese posteriormente el matador. Aprende a embestir el animal de la mano de su lidiador, quien soltando el estoque de ayuda, alterna ambas manos a media altura, citando de frente y prolongando los pases de pecho, aprovechando la fiel fijeza que muestra el primero. Su estaquillador es una varita mágica que ha transformado completamente al de la finca Lo Álvaro. Hemos sido testigos de otra obra magistral, fruto de la sapiencia que destilan sus treinta años de alternativa. Estocada corta en suerte contraria, trasera y ligeramente tendida, suficiente para el atronamiento instantáneo. Oreja.
Se abren los chiqueros para Secuestrador, colorado, largo, ojo de perdiz, entrado en carnes, enmorrillado, badanudo, ancho de cornamenta y astifino, que es recibido de capa de manera sublime y a cámara lenta por Curro Díaz. Toreo pata negra que ha dejado ebullir de sus palmas el maestro de Linares. Desmonta al piquero de su cabalgadura, en su afán de acometer contra la misma. El toro sube la cara agresivamente en el cuarteo, distrayéndose además en el último par. Brindis al público.
Inicia muy toreramente el jienense. Engancha la franela en demasía: no se puede templar cualquier tipo de toro. Baja la mano diestra, tragando la maligna mirada del desclasado marrajo, que impide el lucimiento a su espada. Se estrena la composición musical taurina «Curro Díaz». Pese a la desmesurada entrega del torero, no transmite absolutamente nada el colorado, con escasísimas virtudes, si es que las tiene. Se esfuma la continuidad. Pincha en un par de ocasiones. Estocada corta, caída y delantera. Acierta al segundo intento de verduguillo.
Danzarina se lee en la tablilla de toriles, negro, armónico de hechuras, hecho levemente cuesta arriba, enmorrillado, bajo de manos, algo capacho de palas y estrecho de pitones. Se estira a la verónica Sebastián Castella con el tercero del festejo, que descoordinadamente y con posibles calambres musculares, pierde feamente los cuartos delanteros. Lo conduce a la jurisdicción del varilarguero entre una potente bronca que manifiesta la afición. Tras un señalado puyazo, el cornúpeta es devuelto a los corrales, a mi parecer con buen criterio.
Se luce el francés por verónicas con el capote al ralentí, chicuelinas y una muñequeada media ganándole terreno. El segundo toro de su lote -que no el sobrero-, negro listón, bien construido de hechuras, largo, con voluminoso morrillo, hondo de caja y cornidelantero, agarra con prontitud el caballo, recibiendo la puya en un gran sitio. Combina en el quite el diestro por vistosos afarolados y prolongadas tafalleras llevándose las telas a la espalda, reluciendo la variada e imprevisible tauromaquia del galo. Reúnen los rehiletes en el lomo los subalternos. Brindis al público.
Profundiza los doblones por bajo Castella, encelando a su oponente y extrayendo provecho de su recorrido en el comienzo de faena. Se raja el mismo frecuentemente. Logra el de azul pastel y oro, con un llamativo bordado de cuadrados, una interesante serie al natural, ya que el animal se arranca explosivamente, aunque en ocasiones pecando de desclasado, con violentos cabezazos en el término del embroque. Compone la figura al natural. No consigue una excepcional transmisión, mas le apura todo lo posible, al ritmo del pasodoble «Granaína y media», en los versos finales de su obra. Le propina una estocada corta en correcto lugar, con el brazo por delante, tras superar los problemas que expone el burel en su distracción mientras se lleva a cabo el perfilado para ejecutar la suerte suprema. Oreja.
    
    Sainetero se hace presente en el coso granadino, con sus imponentes hechuras, castaño albardado, serio, cornidelantero de palas y con pitones inclinados. Asienta las zapatillas el valenciano enfundado en un elegante terno blanco y azabache, con el chalequillo bordado en oro y algunos salpicados adornos en plata, moldeando el toreo con el capote. Contesta el toro en la suerte de varas al prolongado castigo que recibe. Quedan desiguales las banderillas colocadas por los peones del maestro Ponce. Brinda al respetable.
Torea de salón a media altura sin sacar excesivamente el brazo derecho, componiendo la figura en una espectacular serie, que capta velozmente la atención del público. ¡Menudos carteles de toros! Va amaestrándolo con tiempo y sitio, mientras nos deleita el exquisito «Cielo Andaluz». Hay que pellizcarse para comprender que lo que estamos viendo no está editado a cámara lenta por la realización de Canal Sur, pues da totalmente lugar a confusión. Desgraciadamente, disminuye la raza de la res, mas con su sensacional nobleza permite expresar a Enrique lo que siente delante de él. Llega el momento de la poncina, vaciando hasta el final la embestida; tampoco se queda atrás lo inédito: el toreo de rodillas esculpido por los ángeles, concluyendo con el abaniqueo en la cara, firma inequívoca que finiquita una genial pintura, apta para una de las más prestigiosas galerías. Pincha en su intento de entrar recibiendo, pero lo arregla instantáneamente con una estocada entera en los mismos rubios. La tizona lo ha emborronado todo, aunque no se percibe esta influencia negativa en la presidencia, asomando un par de pañuelos blancos. Dos orejas.
   Baja toreramente su percal el matador de turquesa y oro, salteando con ajustadas chicuelinas, y volviendo a cortar lentamente el más sabroso ibérico, recibiendo al negro listón, más largo que un autobús, fino, amplio de grupa y astifino, de descomunal trapío. ¡Vaya gusto que posee el aurgitano cuando se le coloca la divisa al toro que espera! No se emplea el quinto de la corrida en las cuerdas del torero con gregoriana y castoreño, quien tampoco propina un exagerado castigo con la pica. Dificultoso tercio de palitroques, cayendo baja y desigual la primera pareja.
Templa en el prólogo el que desfiló a la derecha en el paseíllo, llevando largo el muletazo, pese a la evidente protesta del cornúpeta al final del mismo. La predisposición del matador es titánica, al son de su propio pasodoble. No obstante, no le responde su adversario, al que no le importa la entrega, la formalidad ni el buen comportamiento. Aunque la transmisión no se contempla en la faena, Curro nos ha vuelto a dejar una pincelada de sabor y toreo profundo. Estocada entera, algo trasera y tendida. Oreja.
    Ranchero, así fue nombrado el sexto toro de la tarde allá por el Castillo de las Guardas -que en realidad se trata del primer sobrero-. El carbón con el que acomete al lacio capote estropea el trazo de los lances del más novel en alternativa. Negro, largo, fino, con dulce expresión, badanudo y cornidelantero con pitones desembocados hacia arriba, es el morito que toma una leve puya, humillando en el peto. Hay que esperarlo en exceso para ejecutar la suerte con los avivadores. Posteriormente, se lo lleva con torería a una mano un banderillero hacia su burladero. ¡Qué delicia en el maniobrar de los toreros de plata!
Lo lleva toreado Sebastián con medio muletazo, exigiéndole, sin recorrido pero paseándolo debido al maravilloso tranco y clase que desprende. Ralentiza por el pitón derecho mientras escuchamos los acordes con su nombre. Se adorna con molinetes por bajo, aunque el fondo del animal se desploma de repente. Estocada entera en suerte contraria. Oreja para finalizar una fascinante tarde de sabrosísimas «trincherillas» que nos sacan una sonrisa y alimentan nuestro alma.
La corrida ha sido bien presentada, con señero trapío en general, de capa oscura excepto el colorado segundo, y todos manejables. A destacar el cuarto, Sainetero, al cual exprimió una magnífica faena Enrique Ponce, llegando hasta hincarse de rodillas -nada habitual en su tauromaquia-, y desorejándolo entre el clamor del respetable. El tercero fue devuelto a los corrales por posibles defectos musculares y de descoordinación.
Imágenes: capturas obtenidas de la retransmisión en directo de Canal Sur.
 
Enrique Ponceoreja y dos orejas.
 
-Curro Díaz: palmas y oreja.
 
-Sebastián Castella: oreja y oreja.
 
 
– ENTRADA: Tres cuartos del aforo permitido –
 
Romero Salas