Tomás Rufo, pata negra capotera.

Las olas del Puerto se esmeraban esta tarde, lance a lance, en pisar tierra firme para verlo. Santa María derramó su divina Gracia sobre las muñecas de un matador sin alternativa. Clasicismo, verdad, torería en cada perla de alamar definen al novillero que superó si cabe el lento compás de los clarineros, frente al respetable que, según el dueño del trono del toreo, «sabe lo que es un día de toros». 

Estoy borracho de pata negra capotera, estimado aficionado al Arte entre las artes. Lo admito sin complejos porque no auguro numerosas ocasiones en las que poder decirlo sin exageración alguna. Me ha embelesado el exclusivo percal de Tomás Rufo. Hacen falta más toreros como él. Torero con las seis letras. 

¿¡Quién dijo que «el capote no sirve na’ más que pa’ morderlo»!? Craso error el anteriormente citado. Pues hoy, si existiera la posibilidad de contradecir los cánones del ilustrísimo Cossío, me hubiera bastado con ver la suerte suprema justo después del casi inmóvil trío de medias en la boca de riego, cuya onda seguirá expandiéndose por los tendidos durante las charlas taurinas de toda la feria.

Articulo de opinión de Romero Salas.