¡Cien años, vivo en el recuerdo!
21/09/1921 * 21/09/2021
De la tierra de las salinas, del mar y los esteros surcaba, alzado y enhiesto, rompiendo el paseíllo un hombre de Huelva, un genio torero. Para sus conciudadanos siempre un excelente tercero, además de un hombre sereno, risueño y sincero; para el aficionado taurino, de allende y aquende, siempre fue un excelso banderillero.
Su mayor gloria y su dicha más importante sentirse choquero. Y en su pecho, como grabado a fuego, aquello que siempre sostuvo en su pensamiento y en su verbo torero “Huelva, cuánto te quiero”. De nada presumía más que de ser de Huelva, de sus hijos y de sus nietos. Hoy son ellos quienes recogen su admiración y el orgullo taurino que va de padres a hijos y de abuelo a nietos. Ya tiene bisnietos que inmortalizan su idolatría en la Puerta Grande de los elegidos que él preside con solemnidad y apuesta torería. Uno de sus cincos luceros que tanto iluminaba la mirada de Pepe Pirfo, tomó el molde de sus huellas en el ruedo para convertirse en torero; honrando la profesión con dedicación y sentido valor, aunque procurando en él sus cuitas y sus desvelos.
Paseos de ramblas y veredas por los alberos de Andalucía, donde allí enclavar sus poemas de banderillas. En América y en España sonaban rehiletes de Huelva por fandangos y alegrías. En todos ellos, su garbo flamenco y su aroma de valor desprendía con suma elegancia y majestuosa torería. Donde quiera que anduviera siempre al trenzado de paseíllos en los ruedos de su vida; una vida al quite de unos recuerdos que guardaba en sus adentros, pero que ya forman parte del imaginario torero de toda Huelva.
En su terno de diario, torero de chaqueta cruzada, mascota en todas las plazas bien calada y ajustada, y en sus pasos firmes de cuarteos al compás de la vida, unos Oxfords Bullock, que siempre calzaba pulcros e inmaculados. A su paso, una fragancia al cielo que no quedaba caduca en el aire, que obligaba al giro del viandante y que hacía reconocer al personaje que alambicaba un halo de áureo resplandor. En el tumulto entre la gente, bien de camino a la Plaza de Toros, o en sus paseos a tramos recogiendo incontables saludos y afectos por la calle Concepción y aledañas, emanaba una especial luminosidad; brotaba la efigie plateada de un torero, de un señor de Huelva, de un amigo de sus amigos y un enamorado de sus gentes.
Forjado a sí mismo y con el ánimo inquebrantable de quien sueña despierto sueños casi irrealizables y prácticamente imposibles, si no en oro, labró su futuro bañando sus sueños en otro metal al que dio un lustre diferente; más brillante y plateado, de anhelos y conquistas, tejiendo así, una carrera de casi medio siglo de gloria, pasión y dedicada entrega.
Pero, quizá, sin quererlo, o sin tenerlo como prioridad primera, valga la redundancia, alcanzó unos reconocimientos y unos sueños aún mayores. Si tamañas dimensiones tenían estos sueños, mayor fue el logro de conseguir que su gente de Huelva, muy especialmente, lo quisieran con la admiración y el amor con que lo saludaban. “Soy el hombre más rico del mundo cuando me dicen “adiós Pepe” cuando voy por la calle”. Y, al mismo tiempo, dotar de gracia y orgullo de pecho henchido a quien lo saludara fuese quién fuese, dónde fuese y cuándo fuese. Él era dueño del tiempo para sus amigos, allegados, sus paisanos y, por supuesto, su familia.
Estas mismas gentes, amigos todos, entrañables y singulares, que consiguieron para Pepe Pirfo, una calle en su Huelva y para Huelva, aquel 28 de enero de 2002. La generosidad y el reconocimiento a una vida, a una forma de vivirla y a una manera de ejercer una profesión entregada casi en exclusividad, en cuerpo y alma, al toro. Dedicación que tuvo su premio también en aquella placa que preside la calle que une el albero de la Merced con la Puerta Grande de los elegidos para la gloria. Esa Puerta Grande de la Virgen de la Estrella en cuyo callejón hay dispuesta una cerámica con la imagen torera de Pepe Pirfo al saludo y honor de los triunfadores que sueñan con su particular noche de verano triunfal en el agosto colombino. Un detalle mayúsculo que guarda todo el cariño de una Plaza a su asesor taurino perpetuo.
Al pie de la imagen de Pirfo no se puede decir tanto ni definir mejor al homenajeado en tan poco espacio ni con tan pocas palabras tamaño sentido de elogio, deferencia y reconocimiento sinceros. Y, que, por otra parte, visten de señorío y categoría personal y humana a los entonces propietarios de la Plaza de la Merced, don Oscar Polo y don Carlos Pereda, y a su vez a toda la afición de Huelva.
“La Plaza de toros de la Merced a José Leandro “Pirfo”
Maestro del toreo, maestro de la vida.
Y asesor taurino para siempre de esta Plaza” 2005.
Como en la Plaza, Pepe Pirfo, era también presto, inteligente y atento en la vida. Pero, además, sumaba a todo esto un gracejo particular, sin igual, con el que departía y bromeaba amablemente con sus amigos en las calles o en sus cafés en la Placeta, en la entonces calle Marina, ahora Nuestro Padre Jesús Nazareno, donde era un tertuliano fijo en tantas mañanas. Tenía el don de saber cuándo hablar, cuándo callar y, aún mejor, el de saber escuchar. Aunque, aún más importante, tenía la facilidad de saber qué decir siempre según quién fuera su contertulio y las circunstancias e intenciones que este tuviera en su conversación. Tanto es así que quienes lo saludaban, lo hacían con educada atención y riguroso silencio por la sabiduría de sus palabras que sabía maridar con frases sentenciosas y elocuentes silencios, gestos y ademanes.
Y es que Pirfo toreó en las Plazas de Toros más importantes del mundo. En América (México, Perú, Colombia y Venezuela) durante cuatro años atravesando el charco, como decían los toreros de antes. En Francia. Y naturalmente, en España donde trenzó el paseíllo en las Ferias y las Plazas más importantes del país. En casi 300 veces sus pisadas de paso firme y garbosa pinturería dibujaron su impronta honda y profunda en Barcelona. Para dicha suya, de la afición de Huelva y de los que amamos la fiesta de los toros, este récord será eterno y para siempre; sin embargo, para desdicha de su Plaza Monumental, de la afición catalana a los toros y los toreros de Barcelona, esta marca no podrá ser batida en muchos años, desgraciadamente, casi nunca.
Pepe Pirfo toreó con los mejores en la mejor época del toreo. Para muestra un detalle en forma de alineación histórica de los figurones del toreo de aquellos años. A. Bienvenida, S.M. El Viti, Palomo Linares, M.B. El Cordobés, Paco Camino, Antonio Ordoñez, Juan García Mondeño, Miguel Mateo “Miguelín”, Luis M. Dominguín, Fermín Rivera, Carlos Arruza, Julio Aparicio, Miguel Báez Litri, Antonio Borrero Chamaco, Diego Puerta, Rafael de Paula y tantos otros y tan buenos como los nombrados arriba.
En su más que dilatada trayectoria cosechó trofeos y premios de suma importancia y enorme relevancia. El mayor, en Madrid, en la Feria de San Isidro. Y qué Feria. En la Plaza más importante del mundo, con casi trescientos banderilleros y alrededor de 3.000 pares de banderillas durante el ciclo Venteño, su par de rehiletes fue elegido el mejor de todos.
Además, como dato para la memoria colectiva, la del aficionado y para honra de Huelva a su torero está la alternativa por vez primera de un subalterno, rubricada por la maestría del célebre Cantimplas, quien fuera ilustre banderillero de Manolete. Una tarde muy especial; la misma tarde de la alternativa de Chamaco en Barcelona, apadrinado por Litri y con Antonio Ordoñez de testigo, como cuentan las crónicas antiguas un 14 de octubre de 1956.
Ha pasado un siglo, cien años, todo un centenario, pero Pepe Pirfo sigue aún dibujando paseíllos por su calle en Pescadería junto al Muelle del Tinto, por la Avenida de Alemania en su desembocadura con el coso de la Vega, por su calle San Sebastián, por su Miguel Redondo que lo vio nacer, y en las distintas calles y arterias de Huelva donde siempre había momentos para estar con sus amigos. Pero, sobre todo, está siempre presente en el callejón de los elegidos de su Plaza de toros de Huelva, en el corazón y en la memoria de todos los que lo conocieron, quisieron y admiraron con sentido amor y respeto.
En su recuerdo, su sentir más orgulloso y más veces repetido en sus labios y su memoria.
“¡Viva la alegría que tengo!
¡Y viva esa Virgen de la Cinta que nunca nos desampara!”
Eternamente siempre.
Vivo en el recuerdo, en sus calles y en su Plaza.
Mario Leandro Roldán 21 de septiembre de 2021