Luque en una tarde de silencio y frialdad

Hay tardes en que todo se tuerce, desde el inicio. Tardes de esperanzas que se van contagiando de la frialdad del ambiente – aunque al sol haya que tener mucha moral para ponerse- y tal y como se abre la puerta de los chiqueros salen toros imponentes, con tipos muy superiores al estilo de la plaza pero que vienen vacíos de alma y condición, dejando sobre el albero muestra de su mansedumbre.

Eran toros que no se comían a nadie, como el primero de Ferrera que tuvo unas cuantas embestidas, y que este mismo torero en otras tardes más aclimatadas, en lo artístico, quizás hubieran tenido más repercusión, -ojo que viene Madrid con los seis de Adolfo-, o como en el primero de Perera, un precioso jabonero sucio, manso pero encastado, que aunque tuviera poca fuerza regaló algunas embestidas, que no terminaron de cuajar entre el respetable. La tarde, sólo la estaba salvando desde nuestra localidad el ver como el pintor Alfonso Rey tomaba apuntes del natural de los toros que iban saliendo, cuando quitábamos la vista del ruedo para desparramar la mirada hacia el papel que interpretaba los toros totémicos del pintor de Cuéllar. 

Así estabamos, cuando salió el tercero y Daniel Luque recibió a su primero con el capote, en el  momento más brillante de la tarde y que consiguió avivar a los tendidos. Fueron un ramillete de verónicas rematadas con una media llena de sabor y después en el primer quite por chicuelinas para rematar en un segundo quite de nuevo por verónicas…  Y es que el capote de Luque siempre es para tenerlo en cuenta. La faena de muleta, que fue de más a menos, tuvo buenas series al principio, en la que Daniel Luque supo tapar las carencias del toro, pero el fallo con la espada, un pinchazo privó de un premio mayor, pues tras la petición no mayoritaria, saludó desde el tercio. Fue la única ovación de una tarde, en la que Luque apuntó para romper el silencio y la frialdad.  

Artículo de José Luis Trujillo del Real.