En la azoteilla que da acceso a los tendidos altos en los momentos previos al paseillo, se reunen los cabales de todos los días para comentar lo que llevamos de Feria. Comentarios a favor de toreros como Tomás Rufo o de Daniel Luque, de quien sorprende que no llenara la tarde anterior tras su Puerta del Príncipe con los toros de El Parralejo. Todos coinciden mayoritariamente en que no hay afición, la que va de la mano de los abonados, y que con esto, se ha terminado fomentando un público festivo que viene sólo al reclamo del cartel de las figuras. Así está esto, por lo que cada vez es más complicado fomentar la fiesta desde abajo. Sevilla ahora es una plaza de abono, donde se prima al público ocasional, frente a la antigua plaza de temporada, con corridas y novilladas desde abril a octubre. Es la fiesta que nos ha tocado vivir, la que nos hace preguntarnos hacia donde va la afición de Sevilla sin olvidarnos del palco presidencial, quizás antes más plural, pero con sensibilidad para defender la categoría de la plaza.
Sin afición, esto es una quimera en manos de quienes manejan los hilos de la tauromaquia. El público de farolillos, de copa y clavel, ocasional es el que ha tomado los tendidos maestrantes, por lo que las exigencias -también por parte de quienes presiden el palco- son mínimas e importa muy poco la colocación de una espada para la concesión de trofeos, que se han vuelto en este año cada vez más baratos, y así, casi sin exigencias, llevamos cuatro Puertas del Principe en menos de una semana. La última ha sido la de EL Juli, al que no se le pueden negar su manera de torerar en esta temporada, su afición es inabarcable, pero al que se le conceden excesivamente dos orejas en su primero tras una estocada trasera, en la suerte de su creador. Y así con el cerrojo entreabierto, lo cortés no quita lo valiente, dió una lección de pundonor y mando con el toro de Garcigrande, pero tras un pinchazo y otra estocada trasera, le valdría otra oreja que le permitiría la séptima (o sexta efectiva) Puerta del Principe.
Otra oreja (muy barata) y sin petición mayoritaria cortaría Manzanares en el quinto, un toro al que recetó una estocada desprendida (por ser generosos) y al que toreó muy por debajo de lo que podríamos esperar. Pablo Aguado no tuvo suerte, pero para siempre quedará en nuestro recuerdo las verónicas con las que recibió al sexto, quizás de lo mejor, sin duda, que vimos ayer.
Foto: Pagés Artículo de Pepe Luis Trujillo del Real.