Decir que David de Miranda tenía ganas de torear es, simplemente, quedarse muy corto. El de Trigueros se derramó, se extendió, se emborrachó y el Coso de la Merced se rebosó de todas las emociones que el ser humano pueda sentir, algunas, gestionadas y otras, imposibles de contener, abriendo las almas de todos los que allí estuvimos sin poder retenerlas. Los olés eran rotundos entre palmas por Huelva desde que aquello comenzó. Nadie se podía imaginar el nivel de lo que gloriosamente tenía el destino preparado.
Huelva estaba allí queriendo empujar con David, su capote, su muleta y la espada. Lo hizo, firmó cinco estocadas cumbres para cinco morlacos, cada uno de clase y condición, y los entendió. Y su idilio con “Barba Verde” que venía fraguando desde hacía tiempo, cuajó, y el “amor perfecto” en la pelea, la conjunción, el entendimiento, desde que se vieron en el ruedo, fue perfecta. Clamor en los tendidos, y el toro volvía a ir a cada cite, y David lo acariciaba con los vuelos de su franela, se hizo poesía en Huelva, absoluta compenetración chispeante de compostura, templanza, suavidad y respeto de un hombre enamorado. “Barba Verde” se dejó querer y la entrega del animal fue incondicional, absoluta, pareciese que lo recordaba de cada una de esas visitas en el campo que el diestro, antes de entrenar, necesitaba saberle. Se fue, así de este modo, se fue, por el mismo lugar por el que entró, como se van los grandes, y David de Miranda lo acompañó de la mano hasta la puerta de la vida. No hizo falta nada ni nadie más, los dos, al unísono, se despidieron hasta que vuelvan a verse en la inmensidad de la dehesa que lo vio nacer.
Orgullo para el ganadero, D. José Luis Pereda, que miraba al cielo con lágrimas en los ojos, porque su padre desde la barrera celestial lo estaba aplaudiendo, henchido de gloria para su hijo, con una afición inculcada desmedida, siguiendo los pasos del que rescató el antiguo Coso de la “Vega Larga” hace cuarenta años. Lo dijo la “Tita Pili”, en su puesto de venta de almohadillas frente a la Puerta Grande, a las diez y veinte de la mañana, encomendada a la Virgen de Aguas Santas, “hoy el tercero, el de Pereda, va a ser indultado”. Tal cual, lo sintió y ocurrió. Inevitable alegría para esta mujer que lloraba desconsolada, como muchos allí presentes, ante la hazaña de David de Miranda.
Sonaba impecable “Mi Amargura” a los sones de la banda de Ntra. Sra. De Consolación, así como de impecable y pulcra fue la faena del maestro, rotundo el graderío, enardecido los oles, simbiosis perfecta para ese romance de Huelva, con su torero, con su Plaza en su conmemoración, y con un ganadero entregado a su ciudad. Sueño hecho realidad. Fue un indulto de Ley.
Siete orejas de justicia, una al bueno de Santiago Domecq, dos al enclasado galán de Loreto Charro en su ilusionante debut en la Merced, una al ejemplar de menos transmisión de Villamarta, una al de poco recorrido de Domínguez Camacho y dos orejas al indultado de D. José Luis Pereda.
Una cuadrilla entregada con su torero, una labor de absoluta complicidad de equipo, de todos a las órdenes del Maestro que ponía todo de sí en un regalo para Huelva, para su afición que tantas tardes, una tras otra, en las buenas y en las no tantas, ha estado con él al pie del cañón.
Brindis llenos de emociones, tal y como decía el maestro Juan José Padilla, “el corazón lo tengo a dos mil revoluciones”, y luego vino otro al maestro Morante de La Puebla, recién llegado triunfador de Azpeitia, no quiso dejar de apoyar al triguereño en esta gesta histórica.
Tarde de emociones a flor de piel, paseíllo de pelos de punta y corridón de toros de los que hacen leyenda.
David de Miranda ha hecho historia, justamente eso, la ha firmado con un equilibrio desbordante de inteligencia, corazón y arrestos. Nadie lo puede poner en duda. Es una figura del toreo, es onubense, y al César lo que es del César, no hay más.
Articulo de Rocío Molina