Jesús de Fariña, matador de toros onubense, acude a la bendición de la Saya, que se ha confeccionado con el traje que donó a la hermandad del Perdón
El pasado martes día 27 a las 19:30 de la tarde en la Parroquia de Santa Teresa de Jesús, enmarcada en el onubense barrio de La Orden, tras una misa oficiada por su párroco D. Celestino Gómez Jaldón, fue bendecida la Saya torera tras un año de confección en el sevillano taller de Mariano Martin Santoja, hijo del torero Carriles (Mariano Martín Carriles sufrió un infarto durante la lidia del quinto toro, que le produjo la muerte. En el mismo túnel que conduce a la enfermería, el empresario de la plaza, José Camará, le introdujo en la boca un tónico cardíaco. Los médicos hicieron cuanto pudieron para recuperar al torero, sin resultado. Ese quinto toro había sido manso violento y fue precisamente Carriles quien llevó todo el peso de la brega. Sufrió una colada terrible, en la que perdió el capote, y hubo de recorrer varias veces el ruedo para colocar al toro en suerte. También hizo la brega en banderillas. Cuando Dámaso González iniciaba la faena de muleta, Carriles ocupó un burladero, atento al quite, y de súbito se desplomó. Sus compañeros lo trasladaron rápidamente a la enfermería), mismo que murió de un infarto de corazón en la plaza de toros de Valencia el 29 de julio de 1982, el cartel lo componían Paquirri, Dámaso González y Emilio Muñoz ante reses de Ramón Sánchez.
Dicha Saya fue confeccionada a raíz del regalo de un traje de torear del matador de toros Jesús de Fariña quien, junto a hermanos donantes de la Hermandad del Perdón para una de sus dos titulares, la Virgen de los Dolores.
Tarde llena de emociones, junto al torero, la Junta de Gobierno, Hermanos y fieles, vecinos donde se reflejó la felicidad de todos y alguna que otra lágrima torera suelta de alguien que escribió para la ocasión:
“Ser torero es un ejercicio espiritual y todo lo espiritual, a pesar de ser creado por lo anímico y engendrado en el claustro materno de la psiquis, nace del corazón, al igual que si se tratara de cualquier sentimiento que se precie serlo, porque ser torero es, en esencia, un sentimiento.
Este íntimo sentir va ligado por lazos de parentesco sentimentales con la fe.
La fe también nace del corazón, ya que es la hermana mayor de todos los sentimientos.
El miedo congénito a la vida, al lógico sentido de pertenencia a ella, o más bien a la perdida de nuestro yo físico es lo que nos hace creer que la fe nos viene dada a través del pensamiento.
No es cierto, la fe no se sustenta de nuestras dudas, de nuestros temores, ni es un alimento de valores que sacia nuestra hambre de respuestas condimentada por razones.
La fe, mi fe, nuestra fe, no es un premio merecido, ni un destino deseado, ni tan siquiera una lógica razonable a la intersección de nuestros deseos, no, no es eso, es un banquete, un festín maravilloso al que hemos sido invitados sin motivo ni previo aviso y, al igual que el miedo, de improviso, mi miedo, nuestro miedo, puede ser transmitida, pero no compartida, ya que es algo personal e intransferible, sin embargo, no es un contrasentido el pensar que muchos de nosotros al ser comensales en la misma mesa, compartamos con alegría celebrando nuestra fortuna día a día.
Esto es posible gracias al espíritu más servicial, el Espíritu Santo, mayordomo sin descanso en la casa de Dios, nuestro atento anfitrión.
Y si pudiera descifrar con poesía mi fe torera escribiría…
Para mí, le fe, es la ausencia del miedo,
en un cartel que anuncia un paseíllo eterno.
Es la Virgen María, Madre presente en el ruedo,
envuelta de esperanza en un capote de paseo.
Son los Santos Apóstoles, cuadrilla de banderilleros,
es la Iglesia que interpreta pasodobles toreros.
Es el Espíritu Santo mozo de espadas tras el burladero,
es Perdón, es Dolores, ¡es Hermandad!, a mis pecados y a mi vanidad.
Es Jesús de Nazaret clavado en un madero,
torero que sale a hombros por la Puerta Grande del cielo.
Es Dios omnipresente, Maestro de maestros,
El Director de Lidia y el mejor de los toreros.”