¡La fiesta que Alcalá merece!

Tarde triunfo grande, con un Antonio Ferrera inspirado, un Morante de la Puebla soberbio y un Juan Ortega que sigue enamorando con su toreo. Pero también con una corrida de toros seria, que le ha dado categoría a la plaza, igual que lo ha hecho una empresa que ha apostado en serio para que Alcalá viva los toros como lo ha hecho hoy.

Echó el cierre la feria de Alcalá de Henares, la que devolvió los toros a “La Estudiantil” tras más de un lustro en el ostracismo. Y lo ha hecho a lo grande, con un triunfo total, por mucho que Morante de la Puebla no quisiera salir a hombros y que la espada le negara ese derecho a Juan Ortega, pero con Antonio Ferrera en volandas por la puerta grande también salió la afición local, que pudo volver a vivir la emoción de la fiesta que Alcalá merece.

El vibrante saludo a la verónica de Antonio Ferrera vaticinó todo lo bueno que vendría después. Tanto por la calidad del buen toro de Bañuelos, como por la suavidad del toreo del extremeño, que entendió pronto que no había lugar para brusquedades y que al toro le podía faltar un punto de fuelle. Por lo que el comienzo de faena sirvió para ayudarle al animal, afianzarlo, darle aire y, poco a poco, apretarle en tandas redondas y templadas, acompasadas. Dos series de derechazos fueron rotundas y sólo el pinchazo redujo el premio a una oreja. Era sólo el aperitivo, pues una docena de verónicas, a cada cuál mejor, algunas de compás abierto, arrebatadas, y otras convertidas en despaciosos delantales, fue el prólogo de una gran obra, la del cuarto. El público pidió a Ferrera que pusiera banderillas y el extremeño aceptó, incluso quiso invitar a Morante para que le acompañara, pero el sevillano declinó la invitación a un tercio que encendió el ánimo del tendido por su espectacularidad. Supo mantener Antonio el entusiasmo con un vibrante comienzo de rodillas, seguido de varias series en Redondo buenas de verdad. Ferrera es feliz en el ruedo y se le nota, por eso transmite con tanta facilidad y por eso pidió que cesara la música para ponerla él con su toreo, sin ayuda, al natural por ambas manos, inspirado, sentido, entregado. El toro puso calidad y nobleza, pero el torero puso el alma. El espadazo certificó un triunfo de los gordos.

Un momento de apuro se vivió tras la devolución del inválido segundo, que se volvió de la puerta de chiqueros y arrolló con ella al torilero, haciendo en el piso por él y colándose en el callejón. Afortunadamente, el percance sólo se saldó con lesiones leves.

Y, después del susto, el gusto. El bruto sobrero permitió varias buenas verónicas de Morante de la Puebla, pero fue en su inicio de muleta donde sometió al bronco en muletazos tan mandones y soberbios como hermosos. Esta vez la ovación no premiaba la serie, sino cada muletazo individual, cada uno era una creación maravillosa. Desde entonces, la voluntad del toro fue del sevillano, que dio un recital de toreo lento, asentado en los riñones. Hubo muletazos apabullantes, como varios naturales de cintura rota, y sólo la falta del fondo del toro hizo que la emoción no subiera más que para la justa oreja con la que se premió.

Había caído la montera de Morante boca arriba tras el brindis del quinto al público y, sinceramente, parecía que la suerte le daba la espalda, pues los violentos derrotes al capote del sevillano (le rompió uno de un seco gañafonazo) presagiaban que la falta de clase del toro podría torcer la tarde. Pero Morante, con esa brutal autoridad que se esconde detrás de su muleta de seda, fue limando asperezas desde ese torerisimo inicio por bajo, estirando cada viaje con temple y mucho valor, hasta que consiguió ligar series rotundas, por mandonas y encajadas. Y así, como si nada, en una salida de la cara del toro le dio la vuelta a la montera. La rotundidad de su faena fue tan contundente como su espada.

La falta de fuelle (y de raza) del tercero lastró la labor de un Juan Ortega entregado y, sobre todo, dispuesto a agotar todas las posibilidades del toro sin perder ni un ápice en su propuesta, siempre suave, siempre serena, siempre sutil. Las verónicas del saludo ya fueron un regalo en sí mismas. Y, en la muleta, el toro sólo repitió con intención en un par de series, para después negarse a acudir y a pasar completo. Pero Juan se empeñó en sacar lo poco que quedaba y estructuró su faena con muletazos de uno en uno, o mejor, de medio en medio. El soberbio espadazo ya valía el trofeo que paseó. Y no lo puso fácil el sexto, un toro que rebañaba con peligro y punteaba la muleta sin humillar. Por eso las tres delicadas verónicas del quite parecían lo único que Ortega una a poder sacar en limpio. Sin embargo, el sevillano tiró de valor para ganarle el sitio al toro, templarlo y obligarlo a pasar, a veces tragando lo indecible. Por eso su faena fue ganando enteros cada que los muletazos salían limpios, suaves. Era de premio. Pero el descabello se lo negó.

Ficha del Festejo

Plaza de toros de Alcalá de Henares.

Domingo 29 de agosto. Tres cuartos del aforo permitido.

Toros de Antonio Bañuelos, segundo como sobrero. De sería presencia y buen juego en general.

Antonio Ferrera (verde bandera y oro): Oreja y dos orejas. Salió a hombros.

Morante de la Puebla (celeste y oro): Oreja y dos orejas. Salió por su propio pie.

Juan Ortega (marfil y azabache): Oreja y ovación.

Incidencias.- Javier Valdeoro y Fernando Sánchez saludaron una ovación tras banderillear al primero. Al igual que Andrés Revuelta en el tercero. El torilero José Luis Ruiz sufrió un corte en la ceja izquierda que necesitó dos puntos de sutura.