¡Qué barbaridad, más grande…!

Fue justo a esa hora, en que con la montera calada y el capote plegado sobre el brazo Morante cruzaba, sin prisa pero sin pausa, el amarillo albero buscando la Puerta Principal, mientras el horizonte del cielo de Triana se quedaba huérfano de ver al torero izado. Fue justo en ese momento cuando realmente despertamos de lo que creíamos haber soñado, cuando alguien nos tocó por el hombro y nos dijo: 

«-¡Qué barbaridad, más grande…!»

Hasta entonces, todo lo que habíamos vivido podría haber sido perfectamente producto de nuestra imaginación… desde el recibo de capote hincado de rodillas con aquellos tres lances, que quien sabe si no habrían salido de la inspiración del mismísimo Fernando Gómez, Gallito Chico, aquel que soñaba con el capote lo que sus hermanos después ejecutaban, y a continuación, el toreo a la verónica, barroco, profundo, solemne y la media canónica que terminó poniendo a la plaza en pie, mientras sonó la música.

Y después, ya con la plaza en inicio del éxtasis, Morante desempolvaría las antiguas tauromaquias con la suerte de las tijerillas, como su admirado José, para llevarlo al caballo. El toro para el resto de los mortales -incluido la mayoría del escalafón de matadores- no era de cante grande, pero en las muñecas del genio convirtió en seda su embestida descompuesta en el inicio por bajo al natural, rodilla en tierra, seguidas de unas trincherillas, Morante había empezado a afinar al toro, en la que sería la gran sinfonía callada del toreo, que empezaría en toda su dimensión tras un sublime pase de pecho.

La música quiso tocar, y Morante la mandó callar porque no estaba invitada a esta partitura de derroche y de pasión, se puso allí donde los toros embisten, y al natural marcó los tiempos del toreo eterno, tan embriagado estaban toro y torero, que el toro pisó la muleta y siguió embistiendo al ralentí, cogiendo al torero de manera fea, pero por suerte sólo empalándolo… Volvió a la cara del toro con más verdad aún si cabe, y lo citó de frente, la plaza ya era un manicomio enloquecido que rugió en el molinete invertido… Se fue detrás de la espada y cobró una estocada casi fulminante.

La plaza rugía, era un mar de pañuelos, el Presidente, él sabrá porqué pausó el mostrar de los pañuelos y no los sacó a la vez… Algunos se preguntaban si no había dado el rabo, no había respuesta, ya después vino la vuelta al ruedo… Morante había destrozado la corrida, la Feria de San Miguel, y quien sabe si la temporada de 2021, sólo se que yo estaba allí. El cielo de Triana se quedó esperando al genio del toreo de nuestro tiempo, mientras por el Baratillo la gente iba toreando por la calle.

Artículo de opinión de José Luis Trujillo del Real.