Para salir pegando naturales al viento del hispalense Paseo Colón, tras salir de la plaza más torera del planeta. Hoy, las afortunadas cadenillas de la Puerta del Príncipe se han mecido levemente, como escribiendo la historia de una empolvada tauromaquia del siglo XIX, mas con las flemáticas agujas de un reloj casi sin pilas, y los vivos colores propios del presente XXI. Y el «No hay billetes» luciendo en la taquilla.
Primeramente, nos echamos las manos a la cabeza con la charanga carnavalera de Morante en forma de vestido, que no de torear. La calle Iris se cruza vestido de torero… y las chirigotas para febrero.
Seguimos metiendo la pata gracias al «pluscuamdesclasado taurinucheo» del Sr. Presidente, omitiendo a la torera el prestigio del palco que ocupa, y por tanto al que debe corresponder según merece. Se disponía el usía a mostrar pañuelos -verde inclusive- a destiempo y sin coherencia, como quien se pone a tender la ropa una bonita tarde de octubre recién salido de chiqueros. Para ser presidente, primero se ha de ser buen aficionado. Es lo básico.
Afortunadamente, conduce el cauce de la tarde el magistral retorno a las esencias del toreo, por medio de una sublime fusión de Gallito en el pasodoble y Belmonte en el albero, según el intachable corte clásico y puro de Juan Ortega. Leyendo en los mismos medios la Sacratísima Primera Lectura y el Salmo. La Segunda vendrá más adelante…
Pero después de la de cal, naturalmente viene la de arena. El vendedor de mantas, Roca Rey, al que no sé quiénes llaman «mandón del toreo», no manda -desde mi modesta perspectiva- ni en su mercadillo de trapillos. Trapazo para acá y trapazo para allá; pedirle permiso para iniciar la faena a D. Gabriel Fernández desde su ya citado tendedero, que lo haga otro; mejor aburrir hasta el hartazgo a la afición sevillana, desbordada y emborrachada de toreo de quilates, con un «alcayateo» chabacano, arrojando por supuesto la pureza al río Guadalquivir. Toreo sin sentimiento, sin verdad. Sin alma. Si el toreo no tiene alma, el toreo no existe.
Para colmo, el vomitivo paripé de una banda sustituta de Tejera -o al menos eso quiero creer, mas en vano-. Tristán y sus absurdas directrices como Periquillo por su casa. Menos mal que estuvo bien «fajao» Morante pa’ ponerle las cosas en su sitio. Al fin llega. Morante. Solo Morante. La tarde del uno de octubre de dos mil veintiuno va siendo atronada con ese nombre grabado en el costillar derecho. Actuación exclusiva del cigarrero desde su verdadero museo viviente de las suertes más añejas de capa, hasta demostrar una vez más de tantas la infinita honradez que atesora, saliendo por su propio pie con dos orejas en el esportón.
Bendita borrachera de toreo de pata negra. Hoy se ha visto en la capital del toreo a Murillo y su pincel… a Juan de Mesa y su gubia… a Camarón y sus bulerías… a Morante y su todo. Abandonao. Morante al 99% de plenitud. De haber puesto los rehiletes sobre una silla de enea… ya tendría sucesor el maestro Ruiz Miguel, cincuenta años después del último rabo de a pie concedido entre las tablas más bellas del universo.
Y vaya digestión más mala de buen toreo a raudales se le queda a uno. Tarde de alborotos incesantes. Pero historia viva del toreo. Morante y Sevilla.
Imágenes: capturas del resumen de la corrida, de Movistar Toros.
Artículo de opinión de Romero Salas