EMILIO SILVERA TRIUNFA EN SU ALTERNATIVA

Vicente Parra Roldán

En un ciclo colombino de carácter onubensista, el público no respondió en la medida de lo esperado para el cuarto festejo del abono, celebrado el 2 de agosto de 1.986, en el que se programó la alternativa de Emilio Silvera por cuanto los tendidos registraron algo menos de los de tres cuartos de su aforo, cuando la circunstancia, además del cartel, demandaban una mayor respuesta.

Para la ocasión se eligieron toros de Gabriel Rojas, que estuvieron correctamente presentados, bravos y nobles así como enrazados pero escasos de fuerzas por lo que apenas fueron castigados. El cuarto, al renquear de los cuartos traseros y tras las protestas, fue devuelto y sustituido por otro del mismo hierro y que tuvo las mismas cualidades que sus hermanos de camada.

Como datos para la historia hay que señalar que Emilio Silvera vistió para la ocasión un terno clásico, blanco y oro. El toro de la ceremonia se llamó Arrumbador, era negro de capa, estuvo marcado con el número 11 y pesó 541 kilos, teniendo, además, buena presencia.

El de la ceremonia salió suelto y distraído, por lo que el toricantano no pudo lucirse con el capote. Tras entregarle José María Manzanares los trastos entre las ovaciones de ánimos de los espectadores, el onubense inició su quehacer con unos estatuarios con los pies juntos entre los olés para seguir, con series cortas, con ambas manos superando la distracción y falta de fijeza de su oponente. Parecía que iba a haber trofeos, pero la espada no le funcionó y necesitó de tres pinchazos, estocada y un descabello. La ovación fue tan grande que se vio obligado a recorrer el anillo. Con el que cerró plaza, que presentó algunas dificultades, el nuevo matador expuso para conseguir algunos muletazos de calidad con la derecha. En esta ocasión, tras necesitar de un pinchazo y una estocada, obtuvo su primera oreja en la categoría como justo premio a toda su entrega durante esta trascendental tarde. Otra fortísima ovación acompañó al onubense cuando paseó el trofeo conquistado.

El exquisito toreo de José María Manzanares no pudo lucirse por la escasez de fuerzas de sus oponentes, por lo que el alicantino tuvo que actuar como enfermero aunque gozó de algunos momentos para mostrar su torería y buen gusto tanto con el capote como con la muleta. Tampoco estuvo afortunado en el manejo de la espada, por lo que se quedó sin trofeos, aunque en el primero paseó el anillo, siendo ovacionado en el otro.

El triunfador de la tarde fue Paco Ojeda que dejó claramente expuesta su personalidad taurina y sus buenas maneras en un quehacer entre los pitones que entusiasmó a los espectadores, engarzando muletazos que, además de ser ejecutados con mucho temple, parecían que torero y toro se habían fundido en una misma pieza. Se intuía que el triunfo iba a ser sonado, pero no estuvo muy afortunado con los aceros, por lo que fue premiado con una oreja al acabar con cada uno de sus oponentes, solicitándose con fuerza la segunda del quinto y, al ser denegada acertadamente por la presidencia, le obligó a dar dos vueltas al ruedo.